Fotorreportaje: “Quiero vivir en paz”
Fecha: 11 June 2018
Las mujeres rohinyás de campamentos de personas refugiadas de Bangladesh cuentan sus historias de pérdida y de ansias de recuperación
Senu Ara, de 17 años de edad, llegó a Cox’s Bazar del mismo modo que muchas de las otras refugiadas rohinyás: a pie.
Tras una semana caminando descalzas, Senu y sus tres hermanas llegaron a Bangladesh, cansadas, hambrientas y sedientas, después de haber abandonado su hogar en el estado de Rakáin, Myanmar, con miedo por la creciente violencia.
“Vi cómo los militares quemaban casas y secuestraban y asesinaban a personas en Myanmar. Escapamos a Bangladesh para salvar nuestras vidas”, cuenta Senu. “Sólo teníamos alimento para dos días. Anduvimos otros cuatro o cinco días sin nada para comer y tuvimos que beber agua de los canales. Por la noche, dormíamos en el bosque con miedo de que nos encontraran los militares, en especial, porque nuestro padre era muy mayor: éramos cuatro hermanas sin ningún otro hombre en la familia para protegernos”.
“Cuando llegamos a Bangladesh, las gentes del lugar nos dieron comida. Y al igual que las otras personas rohinyás que llegaron antes que nosotras, fuimos al campamento”.
En las tiendas improvisadas del campamento rohinyá de Balukhali, en Cox’s Bazar, suelen oírse historias de casas quemadas y niñas y niños desaparecidos. Las mujeres rohinyás relatan cómo mataron a sus esposos, cómo las violaron, cómo han perdido la fe en el ser humano.
“En Myanmar, los militares secuestraron a mi hermano y golpearon a mi esposo. Mi hermano sigue desaparecido. Los militares secuestraron a muchos de mis familiares, especialmente a las muchachas, y asesinaron a otros. De mi aldea, entre 10 y 12 familias escaparon juntas”, cuenta Noor Nahar, de 22 años de edad.
”Debimos permanecer dieciséis días a la vera de un río porque no teníamos dinero para pagarle al barquero. Construimos un cobertizo provisional y recolectamos alimento de las casas vacías en los poblados cercanos. Vimos muchos cadáveres dentro de las casas y al costado de las carreteras. Finalmente, un barquero se compadeció de nuestra situación y nos ayudó a cruzar el río. No quiero volver a recordar esos horribles días, nunca más”.
Desde hace casi 30 años, Bangladesh ha recibido a personas refugiadas de la etnia rohinyá de Myanmar. Desde agosto de 2017, cerca de 693.000 rohinyás lograron arribar a Cox’s Bazar en pésimas condiciones. De esa cantidad, el 51 por ciento son mujeres. La población de personas refugiadas ha aumentado a más del doble en los asentamientos de Bangladesh: las personas están hacinadas en los campamentos, las necesidades son inmediatas e incalculables, y los recursos, limitados.
Desde que comenzó la afluencia de personas refugiadas rohinyás, muchos organismos humanitarios han trabajado sin descanso para distribuir artículos de socorro de primera necesidad, como jabón, ropa, bufandas, productos de higiene menstrual y linternas para mujeres, en paquetes denominados “kits de dignidad”. Sin embargo, debido a la enorme cantidad de personas que llegan, no llegó a cubrirse gran parte de la demanda de kits de dignidad.
Durante el invierno, ONU Mujeres, el Ministerio de Asuntos de la Mujer y la Infancia, y ActionAid en Bangladesh distribuyeron kits de dignidad a cerca de 8.000 viviendas, dirigidos específicamente a mujeres y niñas, y a personas con necesidades especiales.
Hoy en día, en el campamento existe un centro polivalente para mujeres, con respaldo de ONU Mujeres, que brinda apoyo a las mujeres y niñas más vulnerables y marginadas, en particular, mujeres de hogares en los que la mujer es la cabeza de familia, mujeres mayores y adolescentes.
La movilidad de las mujeres es un factor importante para tener en cuenta en el campamento. Es tradición que las mujeres rohinyás lleven burka fuera de sus hogares o refugios. En los campamentos, las mujeres suelen compartir una burka para acceder a los espacios públicos. Algunas deben esperar su turno para usar la burka de una vecina incluso para poder salir del refugio.
Todos los días, alrededor de 70 mujeres y niñas visitan el centro para acceder a diferentes servicios y para informarse sobre servicios de remisión a fin de recibir apoyo psicológico, así como para capacitarse en nutrición, salud e higiene. El centro trabaja también en la creación de conciencia respecto de la violencia en la pareja, la prevención de la explotación y el abuso sexual, el matrimonio infantil y la trata.
En el centro, las mujeres pueden bañarse y lavar la ropa, lo que constituye un importante servicio en un área donde los espacios seguros y privados son escasos para las mujeres y las niñas. Además, es un lugar donde las mujeres y las niñas pueden relajarse, aprender nuevos conocimientos y socializar con otras mujeres; de lo contrario, se quedarían encerradas y aisladas en sus hogares.
Hasta la fecha, se ha asesorado a 467 mujeres y adolescentes rohinyás en temas de salud, y 834 mujeres recibieron una primera ayuda psicológica en el centro.
Ayesha Khatun, trabajadora social del centro polivalente para mujeres, visita a mujeres y niñas en sus hogares, y las alienta a acercarse al centro. Ayesha cuenta que conoció a una adolescente interesada en ir al centro y aprender nuevas competencias, pero que su padre prohibió que su hija saliera de casa. Ayesha logró negociar con el padre y lo convenció de que le permitiera a su hija visitar el centro.
Ella misma asiste al centro polivalente para mujeres todos los días para aprender confección.
Minara Begum, de 22 años de edad, es otra de las trabajadoras sociales del centro polivalente para mujeres. Minara ha ayudado a que mujeres embarazadas asistan a los centros de distribución, además de haberles brindado artículos de socorro. Ha aprendido a alzar la voz; hoy en día representa a otras refugiadas rohinyás ante las autoridades de la gestión diaria del campamento.
Para conmemorar el Día Internacional de la Mujer en marzo de 2018, mujeres, niñas y niños lanzaron cometas al vuelo con mensajes de esperanza. Las mujeres rohinyás de los campamentos confeccionaron las cometas con peticiones y deseos escritos en ellas.
A la fecha, treinta mujeres realizan labores como trabajadoras sociales comunitarias en el centro.
“Las mujeres necesitan apoyo mutuo para sobrellevar esta crisis”, afirma Noor Nahar. “Si las mujeres que acaban de llegar reciben nuestro apoyo [en el centro], pueden apoyarse mejor mutuamente”.
“No sé qué nos deparará la vida..., pero quiero un futuro mejor para mis hijas y mis hijos. Quiero vivir en paz”.
Fotografías: ONU Mujeres/Allison Joyce